Los Diez Mandamientos. Elmer Bernstein.

Las diez melodías de Yahvé

La biblia ha sido durante décadas una fuente inagotable de inspiración para productores, directores, guionistas y músicos de Hollywood. En la década de los cincuenta la meca del cine llevo a cabo numerosos proyectos de temática religiosa –BenHur, Miklos Rozsa (1959), The Robe, Alfred Newman (1953) o Demetrius and the Gladiators, Franz Waxman (1954)– que propiciaron el lucimiento de algunos de los compositores más significativos de la música cinematográfica de la época, y por ende, el éxito de las productoras yanquis más importantes. En las dos últimas décadas han sido varias las películas que Hollywood ha producido intentando recuperar un género que llevaba desaparecido demasiado tiempo. Producciones como The Prince of Egypt (Hans Zimmer), The Passion of the Christ (John Debney) o Exodus (Alberto Iglesias), el último gran intento de Ridley Scott, son algunos ejemplos de que algo queda de esas legendarias superproducciones en el cine de hoy, aunque mucho me temo que no alcanzarán el éxito de antaño. Ahora bien, tomando como punto de partida esa maravillosa década de los 50 encontramos que en 1956 el director Cecil B. DeMilleSansón y Dalila (1949), The Greatest Show on Earth (1952)- llevo a la gran pantalla la historia de Moisés dirigiendo una superproducción sin parangón que contó con un espectacular elenco de medios técnicos y humanos, lo que propicio, a la postre, que recibiera siete nominaciones a los premios Oscar. Basada en el libro del Éxodo, Los diez mandamientos, narra a grosso modo la historia de Moisés, Ramsés y el pueblo de Israel durante la esclavitud que el faraón de Egipto infringió al pueblo de Dios, una historia con demasiada cosmética que reporto grandes beneficios a la productora engordando el caché de todos los participantes. El texto bíblico fue adaptado por varios guionistas –Aeneas MacKenzie y Jesse L. Lasky Jr. en un intento de conferir más credibilidad histórica –si es que la tiene- a la tradición bíblica, además de presentar en sociedad al nuevo faraón, Elmer Bernstein, autor de un fantástico decálogo musical.

Decálogo

(I) La obertura perfecta (Prelude) es un comienzo espectacular que abre los créditos de la película conteniendo los principales Leitmotivs de la obra. Se trata de una sucesión de suntuosas melodías que dibujan todos los motivos musicales del score. El poder de Yahvé, el amor y la ambición de Nefertari, la fuerza del Ramsés, el sufrimiento de un pueblo sometido y la compasión del todopoderoso son las ideas principales que sin solución de continuidad Bernstein va mostrando en este sensacional prólogo musical.

(II) Los colores de Egipto (In the Bulrushes) Es un bucólico y sencillo motivo musical apoyado en la flauta y el arpa que describe la placentera vida de palacio durante la infancia de Ramsés, un lugar donde el tiempo parece no existir hasta la llegada de Moisés, el libertador traído por las aguas del Nilo –Bernstein introduce una idea oriental para describir el crepuscular esplendor de Egipto- que Yahvé salvó de la cólera del faraón.

(III) El amor y la víbora (Love and Ambition) es el amor entre Moisés y Nefertari, un love Theme que saca el máximo partido a la cuerda utilizando al violín como la trágica voz de la amargura que se escurre a través de los sibilinos sentidos de Nefertari. Bernstein propone una bella melodía que esconde más de lo que muestra revelando el desengaño que anida en los ojos de la princesa.

(IV) Un cetro milenario (The Bitter Life) es el leitmotiv del faraón, una agresiva melodía dominada por los vientos y la cuerda que representa la hostilidad de una civilización que tiene en la trompeta a la voz de la tiranía. Es una melodía que juega con la idea heroica de Josué, el tallista hebreo, utilizando unas cuantas notas a los metales que acompañaran al fiel escudero de Moisés durante toda la historia.

(V) Moisés, el príncipe de Egipto (The crucible of God) es un leitmotiv que irradia bondad y misericordia, una melodía marcial que se torna melancólica por la partida del libertador. Los violines nos dejan al príncipe desterrado a merced de Yahvé, y es a través del desierto donde sus agudos se convierten en el lamento del proscrito. Moisés, el príncipe del desierto… Bernstein retoma la idea principal para mostrar que Yahvé acompañará a Moisés a través del Sinaí.

(VI) La danza de Yahvé (Bedouin dance) Bernstein utiliza música popular para contextualizar los ritos tradicionales del pueblo de Israel y dar mayor credibilidad a la historia. El músico utiliza esta danza –su instrumentación es simple y rústica- de profunda espiritualidad étnica para mostrar el júbilo de los pastores del desierto, idea que se opone a la que Bernstein utiliza para describir las sofisticadas danzas –Egyptian dance– de los egipcios.

(VII) La voz de Dios (I Am That I Am) es el leitmotiv sagrado de la obra, la voz de la zarza que no se consume. El maestro utiliza la cuerda a sotto voce para describir la morada de Dios, un momento sobrecogedor que Bernstein culmina con el leitmotiv de Moisés el libertador en su máximo esplendor.

(VIII) El Ángel de la muerte (The Plagues) repta por las casas hebreas apoyado en los clarinetes, una melodía inquietante que enfatiza el poder de la muerte que acecha a Egipto. La música –con los vientos como protagonistas- se cuela a hurtadillas en las vidas de los egipcios desencadenando la ira de Dios.

(IX) ¡Libertad! (The Exodus) Un cuerno proclama la libertad, cuatro notas… A modo de pompa y circunstancia Bernstein construye una marcha cargada de dignidad que guía al pueblo hebreo hacia la libertad. La orquesta describe con acierto el júbilo del momento, la anhelada salida de Egipto que Bernstein guía a golpe de timbal y toque de corneta.

(X) El Dedo de Dios (The Ten Commandments) es un final épico. Estamos ante el leitmotiv que sella la alianza con el pueblo elegido, una melodía escrita a fuego y lamento que cierra la obra de un modo espectacular. Bernstein vuelve retomar el leitmotiv principal para sellar la alianza de Moisés y Yahvé una vez entregadas las tablas de la ley, el decálogo de Dios.

En honor a la verdad hay que decir que la Paramount y el director pensaron que el compositor idóneo para escribir la música de esta superproducción era Víctor Young –Scaramouche (1952), The Quiet man (1952)-, un músico curtido en estas lides que por enfermedad tuvo que declinar el ofrecimiento. El propio Young recomendó a Bernstein para el proyecto, un joven y prometedor músico –hasta ese momento solo había compuesto 6 partituras incluida The Man With the Golden Arm (1955), su primera nominación a los premios de la academia- que aceptó el encargo pensando que esta podía ser su gran oportunidad. En mi opinión Elmer Bernstein supo estar a la altura de las circunstancias escribiendo una de las partituras más grandes de la historia del cine, y eso es decir mucho.

Larga vida al faraón…

Antonio Pardo Larrosa.