James Horner Willow.

Plagiar o no plagiar, he aquí el dilema”… Tomando como punto de partida la encrucijada Shakesperiana es fácil observar como durante las últimas décadas se ha mirado con lupa la mayoría de las obras de James Horner, es más puede que no les falte razón a aquellos que han tomado como dogma la peligrosa senda de la crítica mediática. La evidencia como criterio de certeza responde a la realidad que rodea la actividad creativa de Mr. Horner, músico que suele utilizar con cierto descaro –versionar sería la palabra más adecuada- ideas o motivos prestados de otros músicos, como Grieg, Schumann, Rachmaninov o Prokofiev. Ahora bien, “Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra”, pues otros músicos de alto coturno también han utilizado esta práctica, ¡qué diablos¡ ni Williams se libra de la quema. Como dijo el sabio, “El camino de la salvación es difícil de recorrer; tan difícil como andar en el filo de una navaja”, sabias palabras las de William Somerset Maugham –autor de la novela The Razor’s Edge que ilustran el terreno cenagoso por el que suelen transitar algunas de las melodías más conocidas de Horner. No soy yo el juez o el verdugo del apocalipsis, ni tan siquiera el encargado de enjuiciar esta postura, pero si me presento como parte para delimitar si es lícito o no hablar de plagio, nada más. Esto, aunque obvio, es muy necesario para analizar una de sus obras más brillantes, Willow (1988), película dirigida por Ron Howard que tuvo a George Lucas como maestro de ceremonias. Willow es a grandes rasgos un cuento medieval con brujas, enanos, caballeros, hadas y mucha magia que recupero un género que andaba en desuso allá por los años 80. La historia –escrita por el propio Lucas- cuenta como en las mazmorras del castillo de la hechicera y reina Bavmorda una prisionera trae al mundo a una niña llamada Elora Danan, pequeña que según una ancestral profecía pondrá fin al reinado de la malvada hechicera. La partera salva a la niña arrojando la cuna al río -como otrora hiciera la madre de Moisés en las aguas del Nilo, ¿plagio, prefiguración o inspiración?- cuya corriente lleva la cuna hasta una aldea de enanos donde la niña es adoptada por Willow, un aprendiz de mago que encarna en su metro y medio de estatura la aventura de esta épica historia. Después de esto, batallas, hechizos, traiciones, amores y todos los elementos necesarios para configurar la gran aventura de Willow The Sorcerer.

Durante años, décadas diría yo, se ha producido un fenómeno musical bastante curioso que ha afectado a alguno de los músicos/directores más importantes del séptimo arte, hablo del fenómeno tándem, ese que ha vinculado con éxito a Hitchcock y Herrmann, Spielberg y Williams, Schaffner y Goldsmith, Brannagh y Doyle, Burton y Elfman, Kieślowski y Preisner, por citar solo a unos cuantos, y también a Howard y Horner, una dupla que ha parido alguno de los trabajos más representativos del músico californiano. Aunque en los últimos tiempos su relación haya empeorado considerablemente quedan en la memoria del aficionado títulos como Cocoon (1985), Apollo XIII (1995), The Grinch (2000), A Beautiful Mind (2001), The Missing (2003) y sobre todo Willow, su gran sinfonía épica. Épica por varios motivos, pero sobre todo por esa concepción clásica de la música cinematográfica –utilización de varios leitmotivs- que Horner empleo para desarrollar la estructura temática de la obra, pero vayamos por partes.

La partitura de Willow se soporta sobre tres leitmotivs que describen la extraordinaria aventura de Willow, eje central del score. Estas tres ideas están basadas –nunca plagiadas- en tres obras de distinta naturaleza que el músico toma prestadas para a partir de ellas evolucionar dando sentido a los diferentes estadios por los que atraviesa esta gran epopeya -hechos legendarios e imaginarios basados en un elemento de la realidad, o ficticios si se articulan sobre leyendas y mitos de la antigüedad-, de ahí que Horner recoja estas tradiciones para justificar su arriesgada decisión, “Plagiar o no plagiar”… La primera de estas tres ideas –Elora Danan/Willow´s Journey begins– describe al protagonista principal de la historia, Willow, un aprendiz de mago que representa el valor y la fuerza de una raza que lucha por la supervivencia de su especie amenazada por la malvada hechicera Bavmorda. Horner utiliza el Shakuhachi –flauta tradicional japonesa utilizada por los monjes de la secta Fuke Zen– para personificar las increibles cualidades de Willow aportando ese halo místico que envuelve a esta ancestral aventura. Esta melodía está basada en el tema tradicional “Mir Stanke le”, una bellísima pieza de carácter folklórico perteneciente a la tradición Tracia, en la península de los Balcanes, que fue recogida por Le Mystère des Voix Bulgares y que Horner adapto con inteligencia superando con creces al original. La contundencia de la orquesta –Willow´s Theme/Willow´s the Sorcerer– y la profundidad emocional del Shakuhachi acompañan al protagonista durante toda la aventura. La segunda idea de la obra está basada en el primer movimiento –Lebhaft (mi bemol mayor), primeros compases- de la Sinfonia Nº 3 en Mi bemol Op.97 (Rhénane) escrita a finales de 1850 por Robert Schumann y que Horner utiliza, con un tempo más rápido, para mostrar de un modo solemne y heroico –vuelve a aparecer la mitología, esta vez en la región del Rin- la acción que está implícita en la historia. Es una especie de fanfarria violenta –Escape from the Tavern– que representa el espíritu heroico representado por la figura de Madmartigan, el valiente caballero de noble corazón que ayudará a Willow a derrotar a la malvada hechicera Bavmorda. La tercera y última de las ideas que Horner utiliza para describir el viaje de Willow hacia su propio destino está inspirada en la Arabian DancePeer Gynt Suite No. 2 compuesta por Edward Grieg para el poema Peer Gynt, escrito por el también noruego Henrik Ibsen en 1867. La naturaleza de esta melodía es festiva y jovial –Willow´s Journey begins/-, una tonada folklórica muy bien orquestada que muestra el júbilo de la peculiar comitiva que dirige sus pasos hacia la aventura más grande de sus vidas.

A tenor de los expuesto y teniendo en el horizonte aquella máxima Shakesperiana que anoté con anterioridad es evidente –la evidencia se vuelve certeza una vez más- que Willow no es la obra más original que ha compuesto James Horner, pero si es de facto un extraordinario ejercicio de narrativa musical que bebe de la tradición otorgando a la mitología y a la espiritualidad “el acompañamiento ideal para las aventuras de todos los personajes.» Por tanto, no le concedo credibilidad alguna a la palabra “plagio”, pues esto sería escoger el camino fácil de la encrucijada, y si le doy prioridad a aquella que como justificación toma de la inspiración su punto de partida.

 Antonio Pardo Larrosa.